En efecto, la vida conventual le aseguraba como ella lo escribió: “no tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.

Con una belleza enigmática y el corazón puesto en el mundo del conocimiento, con pasión por las letras y una curiosidad innata, una pequeña niña que escuchaba las lecciones de su hermana mayor, tras la puerta y a escondidas de su madre, soñó con cambiar su papel de abnegada y obediente, a la que estaba destinada la mayoría de las mujeres de su época. No solamente lo logró, además se convirtió en escritora, erudita y pionera de la reivindicación de la mujer, una gran exponente del Siglo de Oro de la literatura en español.

Esta niña nacida en San Miguel Nepantla, una población ubicada en el municipio de Tepetlixpa (Estado de México), un 12 de noviembre de 1648 o 1651, desarrolló su gusto por las letras a muy temprana edad y aprendió a leer muy pronto, lo que le permitió escribir sus primeros poemas. Además, hablaba un español perfecto, aprendió náhuatl, latín, griego, francés e italiano, estudió historia y mitología.

Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, Sor Juana Inés de la Cruz, empezó a estudiar gramática con tal dedicación y disciplina que cortaba su cabello imponiéndose el aprendizaje de una lección mientras crecía, y lo cortaba de nuevo si aún no dominaba lo que se había propuesto aprender, para ella no tenía sentido tener una hermosa cabellera sino había ideas y noticias interesantes en su cabeza. Según el Padre Calleja, primer biógrafo de Sor Juana, a los ocho años compuso una loa para la fiesta del Santísimo Sacramento.

Llegada su adolescencia, a los 15 años, Sor Juana Inés de la Cruz tuvo que tomar una decisión muy sencilla, casarse y dedicarse de tiempo completo a las labores del hogar o ser religiosa. La segunda opción le permitiría seguir estudiando, aprendiendo y escribir para dejar un importante legado literario.

En efecto, la vida conventual le aseguraba como ella lo escribió: “no tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.

La denominada Décima Musa ingresó al convento de Carmelitas Descalzas en agosto de 1667 y fue acompañada por los virreyes. Abandonó el monasterio poco tiempo después, probablemente por las reglas tan estrictas. Finalmente, se decidió a ingresar a la Orden de Las Jerónimas, tomó los hábitos en febrero de 1669.

Sor Juana Inés escribió obras de teatro, autos sacramentales y abundante poesía. Preparó villancicos para las catedrales de México, Puebla y Oaxaca.

Con la llegada a Nueva España de Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de la Laguna, Sor Juana redactó el arco triunfal que preparó la catedral de México para recibir al gobernante. En el Neptuno alegórico aludía a las virtudes del gobernante, relacionándolo con el dios Neptuno, idealizando en esta figura “el ideal político de un príncipe católico: sabio, prudente, poderoso y justiciero”. Su poema más importante, Primero sueño, fue publicado en 1692.

Sor Juana contó con el respeto y admiración de virreyes, cortesanos, escritores y monjas. Armó una magnífica biblioteca que llegó a contar 4 mil volúmenes. En 1690 se publicó la Carta Atenagórica, en la que hizo una crítica a un sermón del jesuita portugués Antonio Vieira y años después apareció en Madrid una obra autobiográfica, la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz.

Hacia 1693 dejó de escribir y se dedicó más a los oficios religiosos, situación que no ha sido convincentemente explicada por sus biógrafos.

En 1695 una epidemia azotó al convento de San Jerónimo, se dice que “de diez religiosas que enfermasen, apenas convalecía una”. Sor Juana se dedicó sin fatiga al cuidado de sus hermanas enfermas, se contagió y murió el 17 de abril de dicho año.

A pesar de que en la época de Sor Juana no era común, ni bien visto, que una mujer alimentara su curiosidad intelectual ni tuviera independencia de pensamiento; ella, se rebeló y se convirtió en un estandarte del feminismo en pleno oscurantismo.

En su poema satírico-filosófico Hombres necios que acusáis, la escritora deja plasmada la desigualdad y la injusticia a la que se enfrentaban las mujeres de su época.

Sor Juana refleja su contundente desacuerdo ante el papel que el hombre le daba a la mujer, así como su postura egoísta, machista e incongruente. En sus líneas, critica el actuar de los hombres al ocasionar el comportamiento sexual femenino que ellos mismos censuran después.

En retrospectiva, esta obra del barroco novohispano permanece vigente y el por qué debe ser motivo de reflexión.

«Hombres necios que acusáis»

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Sor Juana Inés de la Cruz