Una historia de resistencia y valor

Recientemente se conmemoró el Día Mundial contra el Cáncer, el 4 de febrero, una fecha para tomar conciencia sobre la importancia de mejorar nuestros hábitos y así evitar desarrollar esta enfermedad. Hoy, una sobreviviente nos comparte su testimonio para llamar a la prevención y al autocuidado.

Años atrás, una querida amiga se vio obligada a caminar por un sendero difícil, doloroso, e incierto, pero, diseñado tan solo para ella. Este recorrido tiene nombre y apellido, es una de las enfermedades más mortíferas en el país: cáncer de mama.

Se trata de un padecimiento que deja a gran número de menores de edad en total orfandad y causa terror a familias enteras. Para Gabriela la noticia llegó a sus 41 años, en uno de sus puntuales chequeos médicos anuales.

Ella nos relata que después del estudio, la ginecóloga la llamó para indicarle que debía practicarse otros análisis.

“En aquel entonces la tecnología era análoga y no digital. Después de dos semanas de espera acudí a otro lugar, seguí esperando por el resultado y después, ya con los resultados en mano regresé con mi doctora, me dijo que creía que era un tumor y que me tenía que remitir con un oncólogo”.

Así comenzó su camino, no conocía a un especialista y después de visitar a seis de ellos optó por uno de la capital del país, le pareció la mejor decisión por considerarlo más empático y certero.

Este oncólogo, realizó la cirugía que Gaby, a quién llamo así por el cariño que nos une, requería para extirpar el tumor. Tras el procedimiento médico, no fue necesario continuar con un tratamiento extra como quimioterapia o radioterapia; al menos así se lo hicieron saber a ella. Después de semanas de incertidumbre, el mal no se había extendido y aunque fue una gran noticia la angustia no terminaba.

Más tarde, cambió de especialista y asistió con una ginecóloga-oncóloga, ella le dijo que debía seguir un tratamiento durante años, aunque, su padecimiento fue considerado como un cáncer in situ, mismo que es susceptible de ser curado con una simple extirpación tumoral.

Hasta aquí, la historia de Gaby es fuerte y desgastante, sin embargo, diríamos que tuvo un final “feliz”. Pero, a esta cirugía le siguieron más, y ella lo hizo sola, sin acompañamiento profesional para poder superar el aspecto emocional y psicológico.

La protagonista y heroína de este relato, que decidió compartir con nosotros para poder inspirar a otras mujeres, también estuvo sola en el peregrinar médico que se vio obligada a enfrentar, y lo peor, a veces estaba acompañada, pero, en completa soledad. Aunque su ahora exesposo, se hacía cargo de las cuentas hospitalarias y físicamente la acompañaba, él ya no estaba con ella. Ya tenía, el parecer, otros intereses.

Gaby, madre de dos hijas, tuvo que aprender a cuidarse y a curarse, a tomar decisiones importantes a quererse y a ponerse por encima de todos.

Como ella comenta, al principio solo quieres sobrevivir. El inminente miedo a perder la vida carcome a cualquiera que se encuentre en esta encrucijada, eso lo sé porque lo viví recientemente.

“Al principio solo te interesa no morirte, cuidar el cuerpo. Pero, todo cambia y vives emociones no controladas, pasas de la angustia al miedo y a la incógnita de qué pasaría con mis hijas”, recuerda.

Después de dos años, comienza la reconstrucción de su cuerpo. La piel cambia y el dolor la acompañó durante mucho tiempo.

Pasaron diez años más con cambios de implantes, infecciones y más dolor… Gaby, fue de las pacientes afortunadas que sí eran candidatas para un implante, no todas las mujeres logran que su piel llegue a sostenerlos. Sin embargo, tener un expansor en su cuerpo fue difícil.

La mayoría de las reconstrucciones con implantes requieren utilizar expansores en un primer momento. La expansión es un proceso que consiste en dilatar la piel y el tejido celular subcutáneo -de la zona del tórax- mediante un implante que se llena progresivamente en visitas ambulatorias -sin ingresar en el hospital- hasta conseguir el espacio necesario para albergar una prótesis definitiva.

En retrospectiva, Gaby asegura que esta prueba la hizo aferrarse a la vida de una manera distinta:

“Ahora valoro otras cosas, tal vez yo debía aprender alguna lección y ahora agradezco amanecer, tener a mis hijas, mis mascotas, valoro más el cariño de las personas y alejarme de las que no me quieren cerca”.

Está convencida en aprovechar cada minuto del día. “aprendí a no perder el tiempo, porque mi tiempo tiene mucho valor. De alguna forma, siento que vivo tiempo extra y es importante querernos por sobre todas las personas”.

Gaby sabe que no es víctima de nadie, ni de la vida, ni de las demás personas. Ahora, sabe que la vida es una lucha diaria, que ella es la única responsable de su cuidado, y que es un proceso que se aprende y se le da seguimiento.

Reitera que las revisiones mensuales de autoexploración y las anuales, con expertos de la salud pueden hacer la diferencia, como en su caso, entre historias de éxito o historias de muerte.

Al ser sobreviviente de cáncer, y superar diecinueve cirugías, esta heroína anónima hace un llamado a las familias de las mujeres que ya han sido diagnosticadas, para brindarles acompañamiento en este reto de vida. De igual manera, recomienda a las pacientes buscar ayuda profesional de un psicólogo y un tanatólogo, puesto que la pérdida de la salud o de una parte de nuestro cuerpo es un duelo muy significativo para cualquier mujer.

La historia de esta mujer, quien es una de mis heroínas, a quien agradezco me haya permitido dar a conocer esta parte tan sensible de su vida; se enlaza de manera directa con la de un hombre cuyo amor por su hermana, diagnosticada con cáncer, le hizo conformar un proyecto empresarial que ahora brinda parte esencial de ese acompañamiento que es tan necesario para cualquier paciente de cáncer. La conoceremos en la próxima entrega.